domingo, 24 de enero de 2016

¿Pinza? ¡Es una prensa hidráulica!

El pasado viernes 22 de enero, los principales candidatos a presidente del gobierno de España escenificaron, casi a la perfección, la extrema debilidad de la socialdemocracia en nuestro país. Resumiendo mucho, lo que ha venido a ocurrir es que, tanto el candidato conservador (Mariano Rajoy, del Partido Popular) como el de la izquierda emergente (Pablo Iglesias, de Podemos), le han dicho al candidato socialdemócrata (Pedro Sánchez, del PSOE) que sin ellos no es nadie. Es otras palabras, que la propuesta socialdemócrata del PSOE no tiene ninguna posibilidad de valerse por sí misma,
y que si quiere tener alguna participación en el gobierno de los próximos años, tendrá que hacerlo como un apéndice, como una especia de contrapeso matizador, o bien de la política liberal-conservadora del PP (más o menos conocida por todos) o bien de las propuestas reformadoras de Podemos (cuya puesta en práctica es totalmente desconocida). La prensa dice que le han hecho la pinza.



Más allá de si esos movimientos son correctos o deberían ser otros (de ese ruido ya se encargan nuestros magníficos, libres y cultos medios de información), lo que me interesa resaltar es que esta situación no es ninguna novedad y que se veía venir desde hace tiempo. Y no desde el 20-D, ni siquiera desde la campaña electoral, si no desde más atrás, porque, en mi opinión, lo del viernes es solo un paso más en la crisis de la socialdemocracia, una crisis que hunde sus raíces en la última década del siglo pasado y que se inscribe dentro de un proceso secular aún mayor; el de la transformación del modelo productivo y social post-II Guerra Mundial que saltó por los aires con las crisis petroleras de los años 70. Esos 30 años de crecimiento económico, de los 40 a los 70, fueron los años dorados de la socialdemocracia; fueron los años en que, tras abandonar el comunismo, los partidos socialistas europeos adquirieron su prestigio como defensores de la justicia social, promoviendo y creando el Estado del Bienestar. Los derechos de los trabajadores no han conocido otro período en el que hayan mejorado tanto. Willy Brandt en Alemania y Olof Palme en Suecia son los referentes de ese momento, y mayo del 68 su símbolo. Con las crisis del petróleo unos años después, los costes del modelo se disparan y la idea de justicia social es sustituida por la de eficiencia, según la cual solo la desregulación y la liberalización de la economía puede garantizar el crecimiento económico. Son los años de Reagen y Thatcher, los 80 de los yuppies, de los bonos basura y de los enriquecimientos instantáneos, pero también de las grandes crisis financieras de los países en desarrollo. El nuevo sistema sigue avanzando hasta imponerse de forma indiscutible: el Muro de Berlín y la caída de la Unión Soviética son sus trofeos. Su triunfo es global. Pero es también el momento en que comienza a agrandarse la brecha de la desigualad, tanto entre países como entre clases sociales dentro de los países avanzados, por lo que todas las miradas se vuelven hacia los socialdemócratas, cuyos líderes debaten en qué medida van a colaborar con el nuevo sistema liberal. Son los años de González, Schroeder, Miterrand, Craxi, Soares, Papandreu. Su respuesta fue el Tratado de Maastricht, una rendición ante el neoliberalismo.

Con los altibajos de la Primera Guerra de Irak y la crisis de las punto.com, la continuación del crecimiento económico justifica el crecimiento de la desigualdad y la aparición de nuevos y graves problemas; sigue el crecimiento de la desigualdad, la contaminación se vuelve una broma al lado del cambio climático y las grandes corporaciones se adueñan de la política mundial. Tony Blair y su Tercera Vía en el Reino Unido son la última esperanza. Ya no queda nadie a la izquirda.

Como a la fuerza ahorcan, la sociedad no tiene más remedio que movilizarse. Ha llegado el momento de las ONG y de los movimientos sociales. Al principio son pequeños y descoordinados, pero su crecimiento es imparable y pronto entrarán en los parlamentos (Los Verdes en Alemania), pero en España la sociedad sigue sin ver en ellos la solución, pues al fin y al cabo el crecimiento económico sigue y la burbuja inmobiliaria, hinchada por las continuas medidas de liberalización, consigue que llueva dinero del cielo. Con la explosión de la burbuja viene el final del sueño, y con las medidas de austeridad el caro precio a pagar. Miramos a nuestra izquierda y como la izquierda institucional sigue vacía, no nos queda otra que, ahora sí, pensar que las ONGs y los movimientos sociales, mucho mayores y más coordinados desde el 15M, pueden ser, si no una solución, sí un freno el torrente de medidas neoliberales que nos han traído hasta aquí.



Suele decirse que al PSOE le pilló por sorpresa el 15M. Yo no lo creo; un partido de tal envergadura siempre ha contado con asesores y especialistas suficientemente preparados para conocer las demandas de la sociedad. Además, habría que ser ciego para no ver lo que le ha ocurrido a los partidos socialistas de nuestro entorno. En mi opinión, el PSOE  ha vivido de espaldas a los cambios sociales que se han dado en nuestro sociedad, y ha podido hacerlo gracias a la protección de un sistema electoral diseñado para excluir a las minorías. Con esta coraza, ha dedicado el tiempo a solventar luchas internas y dirimir cuestiones de liderazgo, y solo los atentados de 2004 y la pésima gestión que de ellos hizo el PP, le dieron ocho años en el poder, un gobierno que, con la eliminación de la banca pública, demostró que seguía sin nada que oponer a las propuestas del sistema neoliberal.

El resultado de todo esto ha sido que, a pesar de que el Partido Popular a sufrido un enorme desgaste por la corrupción y los duros años de crisis en que ha gobernado, el PSOE no solo no ha sido capaz de ganar las elecciones, sino que ha obtenido el peor resultado de esta etapa democrática. Pero ni por esas parece que se vaya a tomar en serio su transformación, a tenor de lo que oímos. ¿Y el futuro? Pues no muy bueno, pues tanto la opción de apoyar al Partido Popular como de gobernar con Podemos le supondrán un coste a él y un espaldarazo a sus socios. Y ya no le queda mucho colchón para atenuar los golpes.

No es una pinza. Es una prensa hidráulica de gigantescas dimensiones.










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