Éstas son, al menos, las conclusiones a las que ha llegado un estudio realizado por la Universidad de Harvard y la Universidad de Utah sobre comportamiento humano, y que nos dio a conocer el New York Times en junio pasado. En él, se dividía a los estudiantes en dos grupos: a un grupo se le enseñaban imágenes o se le hacían preguntas relacionadas con el dinero (compras, lujo, grandes salarios, inversiones, etc...) mientras que al otro grupo no se le nombraba para nada el pecunio. A continuación, se ponía a dichos estudiantes en la tesitura de elegir entre comportamiento éticos y no éticos ante determinadas situaciones, muchas de las cuales no tenían por qué resultar con una ganancia dineraria. El resultado ha sorprendido a todos: los estudiantes que habían sido expuestos al concepto del dinero eran, de lejos y constantemente, mucho más proclives a mentir, engañar e incluso robar.
Al parecer, la idea del dinero en nuestra mente modifica nuestro sistema de toma de decisiones hasta el punto de convertirlo en un simple análisis de coste-beneficio, "si me arriesgo a tanto obtengo otro tanto", despreciando cualquier otra consideración ética, moral o de relación con los demás. Vamos, que nos transforma en zombis-egoistas-capaces-de-cualquier-cosa. ¿Es o no es peor que el veneno?
Si lo pensáis bien, los efectos de este descubrimiento son brutales: si hablamos a nuestros hijos de esforzarse para conseguir mejores salarios o realizar correctas inversiones, estaríamos modificando sus base éticas y morales en la forma arriba descrita. Siguiendo con ello, ¿hemos de incluir la economía en el sistema educativo básico? ¿Y cómo lo haríamos? O, ¿son de fiar los estudiantes y licenciados en Económicas o Administración de Empresas? ¿Y qué hay de los empleados de banca?
Lo dicho: cuando alguien a tu alrededor diga algo como, por ejemplo, "¡a ver si mañana me toca la lotería!", levántate y sepárate de él cuanto puedas: estás junto a un zombi-capaz-de-cualquier-cosa.
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