lunes, 11 de agosto de 2014

Política: Suecia XXI - España XIX

El pasado 28 de marzo se publicaron dos noticias que nos permiten reflexionar sobre cómo las élites políticas se están adaptando (o no) a las grandes transformaciones sociales que estamos viviendo. Por un lado, El País nos decía que "Suecia admite que durante 100 años marginó y esterilizó al pueblo gitanto", y por otro El Mundo nos hacía llegar la reacción de nuestro ministro de Economía, Cristóbal Montoro, acusando a Cáritas de faltar a la realidad en su informe sobre pobreza infantil, en el que España no sale muy bien parada: "Montoro dice que los informes de Cáritas sobre pobreza no se corresponden con la realidad".

Sin entrar en el número de gitanos que los suecos marginaron y esterilizaron, ni en el número de niños españoles que viven bajo el umbral de la pobreza, lo realmente interesante de estas noticias está en la forma radicalmente distinta con que ambas clases políticas afrontan un aspecto negativo de sus respectivas sociedades
y en cómo dichos tratamientos modifican la percepción y la relación que los ciudadanos tiene de y con sus élites.

 En el primero caso, el sueco, los políticos de aquel país muestran tener aprendido que el siglo XXI está siendo el Siglo de la Reputación. Con millones de personas compartiendo todo tipo de informaciones y opiniones casi de forma instantánea, la opinión que los ciudadanos tenemos de los distintos agentes varía, o puede variar, casi cada minuto, prácticamente cada vez que leemos algo de ellos. Es por ello que los agentes que necesitan de su reputación para sobrevivir (todo tipo de políticos, empresas, periódicos, asociaciones, instituciones, etc.) están invirtiendo cada vez más dinero en comunicación. ¿Para qué si no han creado ese nuevo empleo llamado Community Manager?

Así, la política sueca se ha decido por una profunda investigación sobre el hecho negativo y por su comunicación a la sociedad sin ambages ni paños calientes. Se trata, sin duda, de una decisión arriesgada, pues mina el enorme prestigio del que ha gozado el estado del bienestar sueco, el que tantas veces se ha puesto como ejemplo y del que tan orgullosos están sus ciudadanos. Pero con ello consigue mostrar su claro compromiso con la verdad y con la Historia, así como reafirmar su honestidad. No sé como se sentirán los suecos al respecto, pero si yo fuera uno de ellos no tengo ninguna duda de que dicha actuación aumentaría mi confianza en la clase política.

Y aquí es España tenemos la reacción totalmente contraria. La élite política, en este caso, no ha tenido ningún reparo en acusar a una de las instituciones de más prestigio de la sociedad española de, ni más ni menos, faltar a la verdad. La única razón que encuentro para explicar esta estrategia comunicativa es que está basada en aquello de que, si controlas los medios de comunicación, una mentira mil veces repetida se convierte en realidad, ese aforismo que ha dominado la comunicación política desde el siglo XIX y que hoy ya no funciona: por muchas veces que alguien nos repita una mentira siempre habrá otra persona, de los millones que leen, comparten y opinan, que nos recordará lo contrario y esa contra-información se compartirá y alcanzará prácticamente la misma difusión que la proveniente desde el poder.

Los efectos de esta segunda forma de actuar son devastadores: mi primera sensación es que si la élite está dispuesta a poner en entredicho el prestigio de toda una institución como Cáritas, ¿qué otras cosas no estará dispuesta a hacer para defender sus actuaciones? Pero la cosa es todavía mucho peor: la consecuencia directa es que disminuye mi confianza en la clase política y, con ella, en las instituciones donde desarrollan sus actividades, y esto es muy peligros, pues las instituciones de que nos hemos dotado son los pilares que sustentan nuestra convivencia.

¿Tan difícil hubiera sido aceptar la información facilitada por toda una Cáritas y, como mínimo y en el improbable caso de que el ministerio de economía no conociese dicha información, abrir una investigación al respecto? Realmente son cosas muy difíciles de comprender.

La conclusión es sencilla: sobreviven los que se adaptan, y aquí tenemos una clase política adaptándose al medio con actitudes del siglo XXI y a otra con herramientas y trucos del siglo XIX, viejos políticos que ven desde el andén como el nuevo mundo-bala se aleja a toda velocidad hacia destinos de confianza, verdad y honestidad.

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