miércoles, 24 de abril de 2013

¿Pensamiento Positivo? Puede ser peor.

Aquí no hay forma de aclararse. Llevamos años oyendo que todo depende del cristal con que se mira, que hay que pensar positivamente, que debemos buscar el lado bueno de las cosas, etc., y ahora, de golpe y sin avisar, nos dicen que el pensamiento positivo no funciona. Así, como suena.


Lo dice María Ibáñez. Una psicoterapeuta, diplomada por la Universidad de Granada y con un currículum impresionante, principalmente labrado en unidades hospitalarias de nombres que imponen mucho respeto: oncología, traumatología, urgencias, psiquiatría... Vamos, que algo debe saber sobre dar malas noticias y aconsejar de cómo afrontarlas.

Primera joya de su artículo en el Huffington Post: "Para resolver el malestar o una situación que nos hace sufrir, cualquier método basado en el control del pensamiento, es decir, a fuerza de convencerse a uno mismo, no dará resultados profundos ni duraderos" ¡Aquí queda eso!


Básicamente, lo que nos viene a decir es que, al esforzarnos en pensar positivamente, lo que hacemos es provocar sensaciones artificiales, emociones generadas por pensamientos enlatados en un intento de acallar las emociones reales, sin entrar en las causas del conflicto o pesar que nos acucia. Dice que es como si, para afrontar un dolor de oído, nos ponemos a cantar; puede que durante unos momentos lo notemos menos, pero la infección sigue ahí haciendo daño.


Y claro, las consecuencias pueden ser peores. Así, mucha gente que lo intenta pero que no consigue controlar su sufrimiento, acaba pensando que el problema son ellos mismos, que son inútiles o ineficaces.


¿Qué hacer entonces? Pues os cito literalmente, porque no tiene desperdicio: "... lo que hay que hacer es explorar el problema, tratar de entenderlo, descubrir los errores que se puedan estar cometiendo, qué emociones nos produce y cómo resolverlas, con qué actitud estamos afrontando el conflicto y cómo afecta esa actitud al resultado, a la situación. Para poder hacer esto, es necesario también afrontar correctamente las emociones que nos provoca ese problema, pues si rechazamos las emociones o perseguimos otras emociones positivas, no podremos explorar, indagar, ni descubrir nada nuevo dentro del problema. Y si no descubrimos nada nuevo, los viejos patrones y su sufrimiento continuarán."


Y la gran joya del artículo: "...las sensaciones y emociones desagradables, hay que sentirlas, no pensarlas, no rechazarlas, no cambiarlas. Hay que explorarlas sintiendo, hay que perder el miedo a sentir el malestar y verán qué ocurre. Esto es lo que les dará verdadera inteligencia" Arreando pim pam pum.

De ser así, una más de las millones de revoluciones que se están dando en nuestro mundo. Para empezar, imaginad el daño que esto va a hacer a los creadores de esos empalagosos pouerpoins que nos dicen cosas como "tu decides sufrir o no" o "ama siempre el lado positivo" y otras frases en este sentido.


Yo, por si acaso, voy a empezar poco a poco, no sea que acabe tirándome por el balcón. Pero sentido sí tiene, sí.


Artículo del Huffington Post







domingo, 14 de abril de 2013

To e-Read or not To e-Read; that's the Question.

¿Qué es mejor, leer en papel o leer en pantalla? Cuando pregunto esto entre mis amigos, sus respuestas suelen basarse en los gustos de cada uno; prefiero, me gusta o me da igual. Pero lo que ocurre en nuestro cerebro, cuando leemos en uno u otro soporte, no es una cuestión de gustos.

Lo que de verdad se pregunta Ferris Jabr (escritor y periodista científico) en su artículo publicado en Scientific Amercian es cómo la tecnología cambia la forma en que leemos y cómo este cambio de forma afecta a la comprensión de lo que leemos.

En cientos de estudios, experimentos y encuestas al respecto, lo primero que aparece es la importancia que le damos al tacto del papel. Y ello no es una cuestión menor pues, al parecer, hojear del libro permite una "navegación" más intuitiva por el texto que la que se obtiene realizando scrolls o búsquedas por una pantalla con la consiguiente dificultad en contextualizar lo encontrado. Además, estudios neuronales demuestran que leer en pantalla nos exige más recursos cerebrales que leer en papel; vamos, que se lee más relajado en un papel que en una tablet. Y además recordamos mejor lo leído.

Pues, al contrario de lo que se suele creer, leer no es solo un acto abstracto, es decir, no es una simple interpretación de signos y códigos. Leer es también una actividad física; el texto, además de ser un compendio de letras, es también una "cosa" física, como un paisaje sobre la cual nos hacemos mapas mentales en la misma medida en que los hacemos del territorio o de la distribución de un edificio o vivienda. De hecho, no nacemos con estructuras cerebrales naturales para leer, sino que las vamos incorporando posteriormente. Y estas estructuras se desarrollan en varias zonas del cerebro, afectando especialmente a las dedicadas al lenguaje hablado, la visión o la coordinación motora.

En cuanto a la comprensión de lo leído, parece que esta es mayor (aunque no mucho) cuando se leen textos de papel, lo cual se debe a varios factores, no siendo el menor nuestra actitud cuando encaramos la lectura, pues lo escrito en papel nos parece más serio que lo escrito en pantalla. También ayuda mucho a la comprensión el hecho de poder tomar notas en los márgenes o marcar frases y párrafos. Además, con el e-book no tenemos sentido de propiedad: los libros se "tienen", los e-books se leen. Así, es muy frecuente, por otra parte, imprimir los textos cuando estos son muy largos y su comprensión es importante.

En cualquier caso, las cuestiones que se refieren a nuestra actitud podrían cambiar conforme va cambiando la tecnología, como la incorporación de la e-ink, los marcadores o la posibilidad de introducir comentarios.

Parece, por tanto, que en lo que se refiere a lectura intensiva, el papel permite una mejor comprensión con un menor desgaste por parte del lector.

Pero todo ello no puede hacernos olvidar las enormes ventajas que las nuevas tecnologías aportan en el tratamiento y comprensión de la información en general. La distribución de los contenidos o la complementación con infografías ayudan mucho a la comprensión, porque, en definitiva, el texto no es la única forma de leer.

Artículo original en Scientific American

martes, 2 de abril de 2013

Redes Sociales: eficiencia vs relación.

La semana pasada Wired publicó un artículo de opinión que a mí, personalmente, me ha dado en toda la línea de flotación. Resulta que, en lo que a redes sociales se refiere, soy un sociópata, un egoísta que solo pienso en mis cosas y que no presto la debida atención a los demás. Touché!

Porque lo que nos dice Evan Selinger (autor del artículo y profesor de Filosofía en el Rochester Institute of Technology) es que, en nombre de la eficiencia, a penas dedicamos tiempo en comentar o responder lo que otros amigos nos hacen llegar a través de las nuevas TIC, algo que las normas de comportamiento no tolerarían en una relación física, vamos de las de toda la vida. Incluso se considera anticuado tener mensaje propio en el contestador, firmar los e-mails con alguna frase personal o preguntar a desconocidos por alguna dirección (esto último es ya casi una grosería ¡¿es que no tienes navegador en el móvil?!)

Efectivamente, enviar mensajes de agradecimiento o comentarios nos va a llevar más tiempo, un tiempo que, en general, se considera malgastado. El propio autor nos cuenta la discusión que tuvo a raíz del cumpleaños de su hija, por lo escueto de los mensajes de agradecimiento que ésta enviaba a los familiares y amigos que la felicitaban (algo así como thx, vamos), lo que le preocupó mucho, porque él sabe una cosa que su pequeña hija no sabe; que las relaciones entre las personas son muy frágiles y que se requiere esfuerzo para conservarlas.

Otros podrían decir que, en nombre de la eficiencia,  las normas de comportamiento digamos tecnológico aceptan los comentarios y agradecimientos cortos o incluso inexistentes. Pero lo cierto es, y aquí duele, que ese tiempo que ganamos ¿para qué lo utilizamos? Pues mayormente lo dedicamos a compartir contenidos con amigos o en las redes para que nos lean. Es decir, poco tiempo para los demás y todo para mí, lo que equivales a decir que soy yo el que establece las normas de nuestra amistad. ¿Qué relación puede soportar esto? Muy mal, muy mal.

La eficiencia lo reduce todo a un escenario de minimizar el tiempo usado, pero corroe las relaciones porque olvida que éstas se basan en el reconocimiento del esfuerzo que hace el otro.

No es que debamos abandonar los mensajes cortos; son perfectamente válidos para contactar con la gente que nos importa y que vemos poco. Un simple "cómo te va?" o un "ola ke ase" nos ayudan a a mantener vivas ciertas relaciones, pero no debemos priorizar la eficiencia por encima de la relación, en su sentido más genuino.

Por lo tanto, me diréis lo que opináis de este post, ¿verdad?

Artículo de opinión original en Wired